lunes, 4 de marzo de 2019

Recuerdo número 4



Nunca me gustó el número cuatro. Tiene forma de casa sin puerta. No llega a ser un hogar. Es poco simétrico y triangular en su modo cuasi uniforme. Se sostiene de un solo lado, no tiene equilibrio. Además no llega ni a la mitad de algo. Considerando que medimos todo de 10 en 10. Algo raro también de nuestra raza humana. Este recuerdo viene cargado de creación, ingenio, complicidad, vergüenza. Hablando de una casa sin puerta, comienzo a recordar todas las puertas que olvidé dibujar. Mis recuerdos de jardín de infantes son pocos, no solo son pocos si no que son un poco sobre situaciones poco cómodas vividas dentro de esas paredes verdes limón, que para mí siempre fue una prisión de niños. No sé porque motivo me llamaron para pasar a dibujar al pizarrón. La señorita fue clara: “Dibujá una casa, Gimena”. Escrito suena como una orden, pero recuerdo que su tono fue un poco más suave. La sala verde se dividía en dos secciones que a su vez no tenían ninguna división más que unos escalones. Al entrar encontrabas mesitas de tamaño muy pequeño con sillas más pequeñas alrededor. Subías el escalón y había una cocinita. Nos acostumbraban bien, aunque no sabían que en el futuro no le cocinaría a nadie mis legumbres. Ahora bien, ¿A qué jugaban los niños? Es una pregunta que no podré responder. En una de las paredes que estaba enfrentada al baño y la puerta de entrada colgaba un pizarra verde con un marco de madera clara. Fue la primera vez que me sentí avergonzada frente a un grupo de gente; por suerte no volvió a sucederme hasta comenzar mi carrera universitaria. Incomprensible. Prosigo, me desvié. Pero fue así como la señorita requirió mi dibujo de una casa en el pizarrón. Se suponía que ya todos sabíamos que se componía de un triángulo y un rectángulo debajo. Eso era una casa. Al parecer, yo no lo sabía. Probablemente lo habían enseñado, pero yo prefería hacer otra cosa más interesante con mi tiempo. Como alguien me decía “me voy a malgastar mi tiempo con estilo”. Bien que lo sabía hacer en ese momento. Dibujé muchos cuadrados, y rectángulos, todos superpuestos, algunos más alejados, otros pegados. Mi casa era una mansión expresionista. Yo me imaginé una casa y en cada ventana una persona con un sueño, observando esa aula repleta de niños que reirían a más no poder con mi creación. Así fue. Hice feliz a muchos niños esa tarde, la señorita argumentó que era una casa moderna y después la borró. Era la segunda vez que me excusaba. La primera, fue cuando me hice pis. Esa vez dijo que me había tirado mate cocido, menos creíble que el argumento anterior. No recuerdo como me sentí una vez que borraron mi dibujo. Solo la vergüenza de estar expuesta y nada más que eso.  Seguramente he de haber tenido otros sentimientos que por suerte se han evaporado a lo largo de estos rotos años. Digo rotos porque son muchos, algunos más jugosos que otros. Después de unos días, la señorita solicitó un dibujo de una casa. Cabe destacar que aún lo conservo en algún rincón de mi casa. Era una hoja blanca llena de palos, uno al lado del otro de unos diez centímetros. No más que eso. Parece que no me había animado a darle vida a esos árboles. No obstante, supe argumentar muy bien cuando me preguntaron dónde estaba la casa: "detrás de los árboles", le respondí. Los árboles eran mi protección y ya no sería objeto de rareza en la clase.

No hay comentarios: